Cuando el lobo de aquel Santo de Asís me dio posada
y vi cómo abrigaba de tremenda ternura su guarida,
y cuando el cactus me dio su corazón de planta buena y me dijo: “Perdón por mis espinas… de pura soledad fueron creciendo”,
y cuando la tierra árida se puso alegre al verme y a manos llenas me dio de su esperanza,
¡qué ganas de llorar… qué ganas!
Ángel Gavidia Ruiz -Perú-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 73
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