Guadalupe se subió a la furgoneta. Era sobrina de Guadalberto y Ana que, años atrás, hartos de penurias en su Quito natal y con un dinero heredado –en una época en la que el flujo de migrantes no
era de su continente a Europa–, saltaron al vacío: matrimonio, niños, cachivaches –y sobre todo mucho miedo–, emprenderían viaje a Madrid. Pobres ilusos. Obviaron que a todos, madrileños y foráneos, les costaba Dios y ayuda encontrar un empleo con un sueldo decente.
Aceptaron sin reservas trabajos penosos y mal pagados. Aprendieron a multiplicar los escasos víveres, a remendar y arreglar todo aquello que, por pobre y raído, ya traían lastimado. Y se apretaban el cinturón de cuerda mientras sus cuatro hijos devoraban gachas y algún mendrugo. Días complicados que bandeaban por su naturaleza dignamente pobre.
Ahora su sobrina Guadalupe viajaba en aquella furgoneta desde la fresa de Huelva hacia Madrid. Necesitaba llevar aquella barahúnda de objetos para venderlos y así, tras el dulzor amargo de la fresa
recogida y los riñones molidos, comenzar una nueva vida en Madrid siguiendo la estela de sus tíos, con sus cuatro hijos pegados a ellos como la esperanza y la dignidad les habían acompañado siempre.
Belén Peralta
Participante en el VI Certamen Microrrelatos Libres Memorial Isabel Muñoz
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