Envuelto en palabras vacuas,
en entonces y quizás
y en la mínima duda que da el deseo,
el acusado de amar
un rostro distinto cada día
dentro del mismo rostro,
se declara culpable e inocente,
culpable de sentir
e inocente de saber.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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