Acariciada por el dolor, a unos pies que están clavados se aproxima. ¡Oh, Dios! , que en frágiles manos, atravesadas por los clavos, recibes al mísero humano; me protejas vengo a implorar.
Pero al minuciosamente observar, me quedo sin aliento. ¿Cuánto daño le han hecho? ¡Ni que el tren le pasara por encima! Porque su rostro lo hallo triste, perpetuado en la cruz; silenciosa y tímida, me alargo a besar la herida en su costado, y prometo ser el Alma sincera
que usted pueda y deba amar. La Niña de escasos ocho años, no soportó más la desazón junto a su Dios y casi doblada en dos, abandonó la Iglesia, olvidando cuanto iba a pedir al Redentor: Un mendrugo qué ingerir y un lugar para dormir. Se paró en medio de la Plaza, fue a sentarse en el andén. Helada hasta los pies regresó al recinto de la Iglesia. De rodillas cae por segunda vez: ¡Oh, sagradas cicatrices, infringidas por arteros latigazos y el horrible mazazo, ¡influyan en mí, el valor de no caer. De tal manera fervorosa, la había enseñado a rezar, su Madre piadosa.
Confesó ser desobediente, y porque la Mamá le iba a pegar; ella se escapó. La Mamá, aprovechó y se fue con las amigas a Bogotá: A vender “yerba” y a trabajar en Bares nocturnos. Estaba que se iba, pero no tenía a quién dejarle a la Niña, aquí en Cali.
Aunque ni un pequeño bocado a mi estómago, en varios días he pasado, y porque las piernas me tiembla; le suplico, oh Dios: Me deje dormir a sus pies. Me proteja de perros callejeros, Mendigos y Basurientos. ¿Tengo tanta hambre y tanto frío! Mi Mamá, dejó dicho con los Mendigos de la esquina: Que en tres días volvía. Pero ya es Sábado y huele a Domingo. Se han pasado quince días y ¡Yo estoy tan débil! Creo que voy a morir si verla; pedirle perdón, ¡abrazarla y pedirle perdón!
Como en din don de campanas, música navideña y hermosas voces llenaron el recinto en la lujosa Iglesia; mientras la Niña fue perdiendo consciencia. El cerebro febril, en el vacío, fundó la Iglesia y a la nada imploró piedad.
Este pequeño y triste homenaje, a una Niña, que murió de hambre. Arrastrándose sobre el asqueroso andén, del Estadio Olímpico Pascual Guerrero. En la Ciudad de Cali (Colombia).
DEL LIBRO MORADA A LA QUE NO SE VUELVE de
OMÍLCAR CRUZ RESTREPO
-Colombia-
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