Fue de madrugada, con un fondo de entreluces cuando
se dio cuenta: Se estaba destruyendo entre los
escombros del placer.
Había llegado al final de todo y quería retener lo que ya
no era. Nada quedaba. Ni aun las cenizas del incendio
donde ardieran su cuerpo y su alma.
Con terror, salió huyendo de su ser, tropezando en la
huida con la niebla del pasado: espesa, adherente,
pegándosele a la piel y cegándole los ojos.
Le ocultaba la luz de un posible horizonte. O quizá no lo
hubiera; sólo una línea infinita de oscuridad, por donde,
al avanzar,
se le iban cayendo de los labios besos viejos, no
deseados. Aunque no lo sabía, era una marcha hacia la
nada. Desde un antes. Sin un después.
Isabel Velasco (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 26
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