Toda una tradición
En la Antigua Grecia se colocaban notas en las puertas de las bibliotecas, advirtiendo a los lectores que estaban a punto de entrar en un lugar de curación del alma.
Y en el siglo XIX, psiquiatras y enfermeras le recetaban a sus pacientes toda clase de libros, desde la Biblia, pasando por literatura de viajes, hasta textos en lenguas antiguas.
El Diccionario Médico Ilustrado de la editorial Dorland’s fue el primero en reconocer la biblioterapia, en 1941.
La definió como "el empleo de los libros y la lectura en el tratamiento de las enfermedades nerviosas".
No obstante, de acuerdo al Oxford English Dictionary, el término apareció impreso por primera vez en 1920, en la obra "La librería encantada", de Christopher Morley.
La novela transcurre en una librería de Brooklyn, en Nueva York, llamada Parnassus at Home.
La librería en cuestión es el paraíso del bibliófilo, con su aroma a "papel gastado y cuero" y al tabaco de la pipa de su dueño, el señor Mifflin.
Y Miffin no es sólo un vendedor de libros, también un "practicante de la biblioterapia".
"Mi placer es prescribir libros a los pacientes que acuden aquí y quieren contarme sus síntomas", lo explica él mismo en la novela.
"No hay nadie más agradecido que el hombre al que le diste justo el libro que su alma necesitaba sin saberlo".
Mifflin ya sabía lo que la Universidad de Sussex, en Reino Unido, han intentado cuantificar: que leer es más eficaz para aliviar el estrés que escuchar música, ir a dar un paseo o sentarse a tomar una taza de té.
El nivel de estrés de los participantes del estudio que llevó a cabo el centro se redujo en un 68% a escasos seis minutos de haber empezado a leer un libro cualquiera.
Y es que si el libro es el adecuado, el tiempo que se pasa leyéndolo estará siempre bien empleado.
Ya lo decía un cartel de la librería del señor Mifflin: "La malnutrición de la aptitud lectora es una cuestión seria. Déjenos prescribirle (el remedio)".
Hephzibah Anderson
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