Me besaba encadenado el crepúsculo
con aquella fragancia del invierno
y en mi olvido, preguntaba:
ese rocío que envuelve el polvo
son ¿ besos de nácar que se estrellan en el silencio de tu voz?
Contigo se abren los aromas de los marineros
y tocando tu cuerpo la proa
le disputan a la luz del día
la penumbra del arco iris.
Apenas te oigo
cuando entre el tumulto ocultas los rayos del sol
que resueltos iluminan
los besos salvajes bajo tus parpados,
escudo que desgrana
las pequeñas nubes
entre garras que buscan el alba.
Nadie le quita el luto a los tambores
ocultos entre bancos de peces
cuando una sola gota levanta vuelo
y castiga con visible dolor tu lengua.
Envuelve la palabra de tu voz
un eco que el humo rompe
con hondas hendiduras
en la espuma donde los barcos silban al viento.
Tiñe un violín el pórtico abierto
de tu garganta
violando los círculos apagados de las cavidades
donde depositas el viento vacío,
inundado arranca el vuelo el cisne
con triunfante polifonía.
Revolotea y se hace cómplice
con lazos subjetivos mientras desfila
a su libre albedrío golpeando en silencio
tu nota bucal recaída sobre el piano.
Teje una fragua sus propias cadenas,
no se enamore por azar la poesía
y arrastre el sonido de tu voz
como savia que extiende sus redes
a los poemas que sin ti son ceniza.
En medio de pequeños tintineos
imposibles de callar, los flujos de tus frases
crean como un viento que aletea con sus mástiles
remolinos de tu aliento.
La conozco,
cada nota es un niño dormido
que entre susurros abre el espacio congelado
para que el aire de tus pulmones
trepe por las doradas oquedades
y allá arriba gotee sin tregua,
devorado el silencio por el desteje de la mañana.
Manuel Vílchez y García de Garss
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