Aquello fue un gran hueco olvidado luego
el derrumbe de la casa, la tala del pino alto junto
al arrancón de la enredadera azul y en el baldío paseaban
sombras buceadoras de escondrijos, rincones.
Hoy un estrépito infernal trepa por el espacio,
el golpeteo prepara la obra de un día para el otro,
el tiempo da rienda suelta a la maniobra
escenario que se despierta desde la ventana
tempranísimo llegan los obreros de la construcción.
Centauros con casco turquesa guantes cinto de cuero
montan el fundamento del esplendor de un edificio.
Lo demás es gris fuertemente opaco contra
una deslucida trama de antiguo ladrillo roto y
empapelados de algo que fueron habitaciones,
tramos de escaleras disueltas, vencidas, entregadas.
Una barahúnda da comienzo al parto de cemento
en alambique mientras la voz de mando se engrampa
al ruido para crear el nacimiento de una forma
con clavo y martillo, fragua incesante, clavetear,
martillar, un ritmo acuciante en plena selva urbana.
Este torniquete humano maneja la cosa con esmero,
por andamios múltiples va orquestando cascos
amarillos que suben, bajan hasta agotar el espacio
libre con un encofrado de vigas, arena, buena madera,
risotadas anónimas junto al giro pesado, continuo
del útero de la cementera mientras ellos arrastran
a largo plazo un plan, modelan el aire, se acoplan a él,
lo hostigan con puño y pecho junto a la materia se encolumnan
hacia arriba, siempre hacia arriba, siempre para arriba, trabajo
de equilibrio, destino de unos y otros, paso en falso, caída, muerte.
Imperturbable sin casco el tiempo se distrae entre chapas,
chapones, ignotos dispersos, gradualmente él hace lo suyo,
se sabe, el tiempo es el fermento de la casa.
Mientras la nube rosa cotidiana arremolina su belleza
en el balcón malvones rojos enloquecidos braman y
la chica por hora se afana con el polvo de la obra.
Los obreros de la construcción nada ven,
bregan con travesaños de madera potentes
ángeles forzudos en vuelo hacia la cima.
Alguien cocina un parco asado y el silencio participa.
Al atardecer la obra es páramo sin crujido el desarraigo
se apodera del centro de manzana, la sinfonía diurna
ha finalizado en la víspera del día siguiente.
Todo vuelve a la misma hora entre serruchos, carretillas
los simiescos personajes siguen iguales. Son las mismas vidas
con sus problemas y angustias, el temor que todos creamos
mientras los malvones están, la nube pasa otra vez, la chica
hoy se embeleca y todo ese mundo aterriza en mi mirada.
Del libro La mujer sin espalda de
Michou Pourtalé -Argentina-
Seleccionado por Rolando Revagliatti
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