En abrazándome mi hijo,
mi alma
deviene honesta.
Su abrazo,
de amor furioso,
me arroja un canto certero,
como piedra en el cerebro,
como calor de mañana.
Los fuertes brazos de mi hijo,
desarman mi luenga lengua,
actúan en mi mirada vieja,
me agotan
y me descansan…
Mi voz se me desmorona
cuando mi hijo me abraza.
Julio G. del Río
No hay comentarios:
Publicar un comentario