La madre nace como un pulpo de hijos,
un pulpo de hijos cuelga de sus ubres
como sogas escapando de las sombras
de un escapulario.
Como una diminuta e infinita torre
la madre posee lo que los filósofos
no tienen redaños
a expresar,
ese cuchillo de la espera.
A veces silla,
a veces mecedora
a veces puño de lágrimas
a veces gotea por los intestinos de los días
a veces hace la compra.
Como un totem
caben de ella
brillos
hojas de morera
tropiezos con una máscara negra,
risas enjauladas
risas,
pero a veces
levanta toldos de ternura.
También es una pared
cuadros
ojos
y un ejército de voces
y el eco de los tengo hambre
y los me duele.
Y es la labia analfabeta
un topo
un edredón
una barra de pan y chocolate
es todas las puertas.
Es la brocha de la disputa
el punto y aparte
el orinal
la cocina
la bombilla gris
la comida de la basura
la bolsa y la vida
el estigma de un suspiro
los besos para dormir
la piel del estoicismo.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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