Háblame de un mañana, de una dicha desmesurada.
Háblame del perfume, de tus manos en mi cintura;
pero háblame, o quiéreme, de tu misma forma que yo probaría.
Ciégame con tu ego, con tu voz en el paraje dormido.
Desnúdame con el tacto, con la piel escamada de tu textura.
Y abrázame, no cuelgues este abrigo sin piel, ni reflejo, ni sombra en el
sótano de la pequeñez...
Tan solo dirígeme... que tu palabra se cuelgue en mis frases, y pronuncien
discursos fluidos en el jardín pétreo de las madrigueras
ISABEL REZMO -Úbeda-
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