Un día decidí salir de la caverna
a puñetazos y codazos para así descubrir
la soledad de lo desconocido.
El agua quemaba,
el fuego enfriaba,
allí fuera.
Ignoraba que la sangre
era un martillo de titanio
que llevaba los bolsillos llenos de incertidumbre
y que de un hilo pendía
la pistola que sostenía el mundo.
Caí en un muladar dónde los sentidos
se coceaban,
dónde la fragilidad perdía su nombre.
Nunca supe si la caverna era lo real
o el vestigio de las venas del pasado.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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