Cómo cabalgamos desnudos
en el ilimitado recorte
de una hoja de trébol.
Los ojos a la espalda
y la humedad de un beso
sortean la megafonía
con que regalan los "mercados"
el magno pastiche venidero.
Vemos a Marx, a Nietzsche,
el uno, la cabeza bajo el brazo,
el otro, en las suelas su ego.
Sabemos que son sombras,
que un soplido nuestro,
un eructo mayúsculo,
desmembraría su policromada pose,
pero sólo nuestra mermada voz
resuena en el armazón deshabitado
que acaso ampararon
despojos de pulmones tuberculosos.
Histéricos, trotamos planicies
que fueron primaveras verde y oro,
y mostramos vanidosas fauces
entre laboriosas larvas
que, con la destreza de la rutina,
tejen un tronco con faz de árbol.
Unas turgentes nalgas,
desprendidas de climaterios,
nos cuentas de Lunas,
plenas de redondeces ansiadas
desparramadas en líquidos sueños
que hurtamos al trote
en los repliegues de las ingles.
Valgan las desnudeces
que fosforezcan el desfiladero
y refrenen la loca carrera
para que el hálito del abismo,
aún en la persistente negrura,
sea tan flagrante como el dolor.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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