Acabo de asistir, no sin tristeza,
al entierro de la primera mitad de mi vida;
sin lágrimas, viudas ni responsos;
arrojé dos claveles rojos y un manojo de tierra
hasta sobre aquello que de mí no quería.
No diré que estoy feliz,
aunque hoy he funerado
a más de mil muertos
que hasta ayer conmigo vivían.
Leandro Murciego
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