(Angustia)
Desnudé mi último poema
por encontrarte.
Le quité su traje nuevo
e hice jirones el viejo.
Y en su desnudez busqué
el tierno perfil de tu talle,
el pálido brillo de tu ser ...
¡y no te hallé!
(Desesperación)
Desmembré todos sus versos.
Los leí, los releí.
Los susurré, los grité.
Los declamé, los canté ...
se me ahogaban en silencios.
Pura amargura callada.
Pura oquedad hablada ...
pero, ¡no te hallé!
(Rabia)
Y retorcí las palabras,
las estrellé contra el suelo,
a sabiendas de tu ausencia.
Recogí sus mil pedazos:
los fundí, los destilé.
Burbujearon latidos
de tu corazón distante ...
¡y te odié!
(Vacío)
¡Y lloré!
Cuando todo fue vacío,
espacio y tiempo vacíos,
lloré.
Una eternidad lloré ...
¡y te hallé!
(Dolor)
Allá brillabas profunda.
Sin forma, sin rostro.
Sin cuerpo, sin alma.
Pura esencia opalescente.
Puro dolor titilante.
Y comprendí ...
(Comprensión)
"El alma es una bóveda celeste,
donde cada dolor y cada alegría
brillan como estrellas
frías, cálidas, lejanas.
Y nuestra vida no es más
que un efímero viaje
por el espacio que las engarza"
(Perdón)
Escribí un último poema,
por perdonarte.
Le vestí con traje nuevo,
le atusé todos sus versos
y lo sembré de palabras
y de silencios.
¡Y perdoné!
¡Resucité!
MANUEL JIMÉNEZ
Publicado en el blog instante cero
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