La primavera es en la gran ciudad una estación desigual, tan cambiante que, aún en un mismo día, puede amanecer lloviendo y con frío de diciembre como tornar a una tarde soleada y cálida. La estación loca que altera la sangre, según dicen, y desempolva la nostalgia de pasados veranos triturados por tristones otoños envueltos de rutina y color ocre.
El barrio de Kavaranchel, aún siendo un tentáculo adosado que gravita alrededor de la gran urbe, no está ajeno a primaveras o inviernos aunque su idiosincrasia esté invadida por el pacto onírico y el concepto de lo imposible. Por ejemplo, esta pasada noche llovió y fue ventosa en extremo, sin embargo ahora, esta mañana de martes, el sol recuece las aceras y el viento dio su vuelta de rigor dejándose por otros derroteros.
Muchos de estos martes acompaño a mi padre al "rito de los que juegan por necesidad y pierden por obligación", como él dice una y otra vez.
Lleva jugando a la lotería y a las quinielas más de cincuenta años, semana tras semana, inexcusablemente, y nunca jamás le ha tocado premio alguno. Pero..... "por si las moscas" o "por si suena la flauta", te dice envuelto en una media sonrisa socarrona. Lo cierto es que nunca ha creído mucho en el dinero, mas bien su relación ha sido la de un primo lejano que se le saluda en un funeral o en un bautizo y luego olvidas quizá para el resto de tu vida. En el fondo piensa que ser rico es una molestia añadida que le impediría dormir plácidamente dejando de soñar con estancias prolongadas en la playa o con quimeras sobre lienzos desde la extensión de sus pinceles.
Sebas regenta el despacho de loterías y apuestas junto a su mujer Vicenta. Ella está en el establecimiento por las tardes, él por las mañanas. "Soy de siesta y garbeo vespertino para allanar el alma y desaborregar el músculo", dice cuando te le encuentras a lo largo y ancho del barrio. Invariablemente tiene medio cigarro puro apagado entre los labios (que enciende un y mil veces sin desear que prenda de verdad) y unas gafas de sol enormes llueva, nieve o granice.
- Tienes delito -le dice mi padre, entregándole los boletos para que los valide en la máquina- ahí metido y puestas ese pedazo antiparras que pareces La Niña de la Puebla.
Él sigue a lo suyo acostumbrado a la sempiterna broma.
- Vamos, -contesta desde la atalaya de sus gafas- suelta la "gallina" que llamar a la suerte también tiene precio.
Desandamos el camino: mi padre bamboleante, a trompicones, por su lesión de oído, agitada su respiración tras tantos miles de cigarrillos, y yo acomodándome a sus años y a los míos que me pesan por encima de mi sombrero. Al llegar al esquinazo del kiosco de la ONCE, mi padre se detiene y mira desorientado.
- Toma anda, cógeme un rasca y así rematamos la faena.
Me dice, ofreciéndome su monedero con lengüeta.
- Si me tocara un pelotazo de estos ¿sabes lo que haría con el dinero?
Me confiesa después, caminando junto a la hilera de chopos que jalonan la acera que se extiende hasta su casa.
Espero su respuesta contemplando su perfil tallado por los años. Aunque pretendo recordarle más joven, vigoroso, activo, tan sólo las añejas fotografías logran superponerse a la figura endeble y desvalida que me muestra el presente.
- Que una nube de aviones descargaran ilusión a granel para mí y para todos -alega, tentándose el bolsillo para rebuscar el paquete de "Ducados"-
La ilusión de los sábados por la noche en víspera del día de río en Mingorrubio, la de cuando compramos la tienda de campaña para irnos de vacaciones a Escalona, la de cuando vinimos a vivir aquí y nos parecía todo tan grande y tan lejos del centro, la ilusión de envejecer junto a tu madre.....
Prende el cigarrillo temblón, frunciendo los ojos contra una posible y alevosa humedad.
- ¿Es necesaria tanta soledad?
Me pregunta, viéndose ya el seto que precede al portal de su casa.
No sé qué responderle. La vida está llena de soledades y estas suelen incrementarse cuando se llega a viejo. Los hijos no sabemos saldar la deuda que tenemos con nuestros padres y sus nietos harán lo mismo con nosotros. Se me pasa por las mientes la abolición de las soledades del poeta Benedetti. Indestructibles todas. Otra constante en mi vida que me deja mudo, estúpido frente a todos los espejismos.
Al fondo de la calle la boina contaminada sobre la gran ciudad simula amenaza de tormenta. No ocurrirá porque eso sólo se aprecia desde la lejanía, dentro de esa cápsula asfixiante se vive un día de esplendoroso sol pálido, atribulado en su apartado reino de fuego.
Me despido de mi padre y él me corresponde de espaldas alzando la mano por encima de su cabeza.
- Pero sólo si me toca la "Primitiva" o el sorteo del jueves, -dice, tirando el pitillo antes de entrar al portal- si no que cada palo siga aguantando su vela.
Después dejo de ver su figura enjuta tras el cristal de la puerta. Me marcho hacia mi coche con la ilusión de que el motor arranque perfectamente.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
Publicado en Pontevedra Viva
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