La niña solloza sin voz
*
Era una visión horizontal ¡Sí!….No tenía otra Yo estaba horizontal, sobre la colchoneta; ya
me habían torturado y vejado. Allì vivía las 24 hs del día, y meses y meses. Mis ojos vendados,
dejaban ver por el ángulo de mi nariz, dos muros en ángulo recto a unos dos metros
manchados de sangre. Muros desnudos, sucios, heridos de bala. Decenas de huecos desprolijos
y escabrosos. En ese ángulo, la intermitencia de la luz roja señala que la “Picana”:
està viva Todos los días nos despierta la picana, su vida es tormento para nosotros: Ella vive,
y nosotros agonizamos Existe para torturar compañeros, es operada por hombres que
gozan el dolor. Se excitan, los tormentos los alimentan; entre los gritos de sufrimiento, sus
rizas estremecen. Los muros siempre están desnudos y manchados; siempre desnudos, y
con sangre. Sin voz
Pero esa tarde, estupefacta, miro el ángulo rutinario de los dos muros: Había un huésped
nuevo. Una niña de seis o siete años sentada sola. Muy sola, con sus manitas trémulas, y
una muñeca de trapo que acaricia en un sollozo mudo. Es una garganta sin voz. Ella y la
muñeca de trapo son partícipes, de esa locura oscura y tenebrosa, porque al fondo; casi a
su lado tabique de por medio entre el centelleo de las luces rojas de la picana, una voz de
mujer, grita desgarrada. Es un aullido inhumano, febril. Intenso. Angustiante ¡Es su madre!
¡Es su voz! ¡Su llanto!
*
La jauría de bestias goza. La mujer sufre
La niña solloza sin voz
*
El ambiente purgado de perfume viciado de hacinamiento de decenas de” secuestradas”
postradas fue invadido, por humo de carne quemada. Un huracán desconcertante invadió
esa niña estremecida, aturdiendo su inocencia y sus ropas húmedas. Sus esfínteres no responden
a su voluntad. El grito de su madre, invade su alma, y su cuerpo. Niña y muñeca de
trapo unidas en el dolor acompañan los tormentos masivos de su madre
*
La jauría de bestias goza. La mujer sufre
La niña solloza sin voz
*
Sus ojitos miran la muñeca de trapo La muñeca de trapo, mira la niña Las bestias miran la
mujer destruida Los bramidos hacen vibrar los muros Los muros desnudos manchados de
sangre y esa niña de manitos estremecidas, acaricia su muñeca. Mendiga cariño rendida sin
protesta pensando que así arrulla a su madre, ambas están ahora abrazadas en el silencio
final; juntas, tomadas de la mano y con la muñeca preferida, atraviesan las tres: El Muro
manchado de sangre y “sonríen libres””
*
La jauría de bestias goza. La mujer sufre
La niña solloza sin voz
Doloroso testimonio de la Sra. María del Carmen Robles, - ex secuestrada y sobreviviente del campo de exterminio de La Perla- que adapté en prosa.
GUSTAVO VACA NARVAJA -ARGENTINA-
Publicado en la revista Estrellas Poéticas 53
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