domingo, 1 de septiembre de 2013

LA MADRE

Si te miro menguada y vacilante
bajo el cruento fardo de los años
se me adentra la angustia, sin retorno,
en un mar de recuerdos tan lejanos
como aquella tersura de tu rostro
o el trajinar constante de tus manos.
Si descubro flaqueza en tus palabras
y en las minusvalías que ha sumado
tu cuerpo con el paso de la vida
y que, sin tú quererlo, ha ido minando
esa roca que fuiste en otro tiempo,
caricatura hoy de aquel pasado,
tensan mi corazón los bastidores
de la desolación y el desencanto.

Si te contemplo torpe en movimientos
y comida de reumas, y tratando
de poner disimulos a los ojos
y a la lenta torpeza de tus pasos,
se me convierte en hieles la ternura
y aventa un avispero mi remanso.

Quiero levar el ancla de los sueños
y virar en redondo al mar de antaño
por contemplarte hermosa, como eras
cuando bullía en tus venas el verano
y la carne, de fresca, relucía
libre de afeites, limpia, rezumando
olor a Heno de Pravia y a lavanda
bajo el blancor del lienzo almidonado.

Lo amo todo de ti, esas torpezas
y esos grises cabellos repeinados,
y las sabias arrugas de tu rostro,
y el enrojecimiento de los párpados
cuando sientes y lloras, en silencio,
que no te queda nada, que ya has dado
hasta el último soplo de tu aliento
y tiemblan mariposas en tus labios.

Lo amo todo de ti, madre querida,
tu vejez, tu sordera y ese ánimo
con que afrontas tu tiempo de mudanza.
Noventa y nueve inviernos que han logrado
regresarte al origen de la vida
en el más natural de los milagros.

Pedro Javier Martínez -Dolores (Alicante)/Águilas (Murcia)-
Publicado en la Biblioteca

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