martes, 3 de septiembre de 2013

DE PROFUNDIS

Mi abuela estaba obsesionada con los ángeles. Tenía cientos, quizás miles, de figuras: de cerámica, de plástico, de metal, con o sin instrumentos musicales, durmiendo o despiertos, sonrientes, tristes, aburridos...
Ocupaban las estanterías y las mesas de la casa como un ejército de soldados sobrealimentados, ajenos a todo excepto al polvo que el tiempo acumulaba lentamente en sus alas de plumas pintadas. Cuando mi abuela enfermó pidió, no, exigió que sus ángeles estuvieran con ella en la habitación donde iba a pasar sus últimos días. Como no había espacio suficiente, los colocamos en el suelo, formando pasillos para que pudiéramos acercarnos a la cama de la enferma cuando teníamos que alimentarla o atenderla en alguna de sus, cada vez más numerosas, necesidades. Cuando en nuestros desplazamientos por el
dormitorio, por descuido, golpeábamos con la punta de nuestros zapatos alguna de las figuras, la abuela mascullaba maldiciones envueltas en toses y esputos. Recuerdo con todo detalle sus últimas horas. Su cuerpo, ya agotado por la enfermedad, poco más que piel y huesos aplastados por las sabanas, se
removía inquieto. Estábamos solas y yo me acerqué y, acariciando su frente, le pregunté, “¿Qué te pasa, abuela?”. Ella señaló con un dedo esquelético a un grupo de ángeles que estaban justo debajo de la ventana. “Ese no lo he comprado, ese no es de aquí”. Me acerqué y recogí un ángel con las alas rotas, con un pedestal donde estaba escrito con letras doradas “non serviam”, una mueca de dolor y angustia rompía las hermosas líneas de su rostro. Lo acerqué a su cama y lo puse junto a la cabecera. “Por supuesto que no lo has comprado, lo hice yo”. Y acercándome a su oído susurré, derramando mi veneno, “ya sabes quién es, ya sabes lo que quiere”. Salí de la habitación, apagando la luz. Hoy he hecho limpieza en mi nueva casa, la casa que siempre deseé y que por fin es mía. He metido todos los ángeles en cajas. Los dejaré en un cubo de basura y me olvidaré de ellos. Pero hay uno que no he encontrado. Puede que aún siga aquí. Eso no me causa ninguna inquietud. En absoluto.

David Calvo Sanz (España)
Publicado en la revista digital Minatura 124

No hay comentarios:

Publicar un comentario