Se le debe, sin duda, un trabajo de exégesis y de determinación de asociaciones y significados y es evidente que esta compilación, seleccionada y prologada por Eduardo Dalter, constituye una excelente herramienta para encarar esa labor. Desde siempre, Revagliatti ha desechado imágenes y cadencias y permanece contraído a entreverar ideas encapsuladas en ironías tristes. Eso es él y no es otra cosa y resulta realmente ejemplar la constancia con que se aferra a ese molde, constituido ya, por persistencia, en entidad metafísica. Y así su voz alcanza una originalidad extrema, pues nadie hace lo que él hace. Como Antonio Porchia, ha inventado un idioma para hablar consigo, un intransferible código ensimismado. Por qué lo hace, qué lo llevó a elegir esa vía austera, a pulsar esa guitarra de una sola cuerda, es asunto ignoto: diríamos, con Machado, “quien habla solo espera hablar a Dios un día”, pero lo callamos, temerosos de que ese verso apenas si provoque en Rolando una sonrisa melancólica.
Fernando Sánchez Zinny
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