sábado, 27 de julio de 2013

RECUERDOS

Parafraseando a Machado, mi infancia son recuerdos de unos jardines en Lanjarón, puerta de las Alpujarras granadinas.
Recuerdos de arrayanes y un melocotonar que daba buenos frutos; de una parra frondosa que me daba escondrijo; de un muro alto para un crío de seis años, que escondía misterios que sólo pude descubrir cuando mi edad, mi estatura, me permitió atisbar el otro lado: barro oscuro, estiércol, desperdicios.

Tal vez sea la distancia en el tiempo, o un no sé qué subjetivo lo que me hace pensar que con la edad los días se acortan, las horas son más breves, la vida se desmadeja con mucha más rapidez, pero mi memoria me trae jornadas eternas de juegos y diversiones, batallas infantiles en trincheras de margaritas y maizales, excursiones prohibidas a castillos abandonados. Todo a la vez, entremezclado en un aquelarre sin control y sin limitación. La infancia no conoce de cortapisas propias, aunque sí de prohibiciones externas.

Recuerdo los buñuelos, una masa frita similar a la de los churros, a las seis de la tarde, sentado en la puerta de la casa de mis abuelos, y cómo los engullía rápido para poder ir a jugar de nuevo con los amigos. El sol no parecía jamás abandonarnos y la noche, arrendada por mil y un sonidos de desconocidas criaturas, llegaba casi de improviso, como pidiendo perdón por obligarme a retornar al dormitorio. Eternidad que se fue marchando.

Francisco J. Segovia -Granada-

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