Ignoro por qué siempre yo pensé irme primero,
si la ley de la vida no sigue la corriente
de edad o calendario, de distancia o sendero.
Fueron alumnos de ojos si, inocentes, voraces,
centinelas de siglos, hambrientos de misterios,
absorbiendo un pasado desnudo, sin disfraces,
diseñando el futuro con sus propios criterios.
O tal vez con los míos, en ellos derramados
como la lluvia de oro que engendra y enriquece;
ellos también serían en cierto modo arados
cultivando otros campos que la vida establece.
Hoy me han venido todos, en la fotografía
del retratista anónimo que al grupo eternizó;
ciertos nombres se han ido de la memoria mía,
pero no así los rostros que conociera yo.
Al mirarlos, revivo cada pequeña historia
ingenua o sorprendente, marginal o traviesa,
cada una, en cierto modo, sorprendente victoria
de una mente en progreso que ágilmente se expresa.
A sus diez, doce años, recibieron opciones
de pensar libremente, de libremente hablar,
equilibrar sus propias conductas e intenciones,
apego a lo correcto, repudio a lo vulgar.
Me han llegado sus rostros como una suave brisa,
rozando levemente mis recuerdos de ayer;
quiero pensar que han sido hombres de amplia sonrisa
que nadie ha conseguido doblar ni enmudecer.
Gentes con la certeza del trabajo bien hecho,
de pensamiento claro, de firme voluntad.
Y así, al fin de mi ciclo, moriré satisfecho
de haber forjado un grupo de hombres de calidad.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
No hay comentarios:
Publicar un comentario