Las instituciones psicoanalíticas no han dejado de ser soporte de esto último.
El fárrago que obstaculiza las discusiones sobre “el lazo entre analistas” se alimenta de aquella confusión que oculta igualmente qué se dice cuando se dice analista: no otra cosa que una función en el discurso a la que contingentemente un practicante presta cuerpo y voz.
Ese practicante no ES analista. No se trata de ser, allí: ni (ser) en una consistencia que conviene que falte, ni en una permanencia que tampoco hay, aunque se desespere por forzarla en lo permanente de la institución.
SAMCDA no nombra un avatar del movimiento (o más bien la inmovilidad) psicoanalíticos: ha sido y es el destino comprobado de sus instituciones.
Lo único que puede gozar de una continuidad es la resistencia al psicoanálisis, no el psicoanálisis, fragmentario, frágil, esquivo, renuente como su socias, el inconsciente, a dejarse atrapar en nominaciones, actas fundacionales, declaraciones de principios, representaciones. Todas esas “ayudas”, lo hemos comprobado, son salvavidas de plomo. Felizmente el psicoanálisis zafa, se escurre, aparece en otro lado.
Convendría abstenerse. No de practicarlo (o de que nos practique – quizás es ésta la forma en que nos enseña – ) sino abstenerse de “ayudarlo”: custodiarlo, resguardarlo, difundirlo, transmitirlo a los jóvenes – pasión griega si las hubo – y, ¡por favor!, de dirigirlo.
Si la destitución subjetiva es un nombre del efecto de un análisis, la institución no puede ser una opción para la extensión en psicoanálisis. Se trata en efecto también de destitución en la extensión.
Néstor Bolomo
Publicado en la revista Fuegos del Sur
No hay comentarios:
Publicar un comentario