jueves, 31 de enero de 2013

VIEJAS PALABRAS


A veces todavía conversamos.
Ya no estás, y no hay voz, pero resurgen
las palabras de antaño, sigilosas,
desde sus diminutos ataúdes,
embozadas en capas de silencio,
mas con hambre de luces.
Las reconozco a todas,
como reconocía tu perfume
antes de que llamaras a la puerta.
Ciertas cosas se captan, o se intuyen.
Las veo, y casi, casi las escucho;
cada significado se trasluce
como asomándose a elocuente espejo;
son ellas, sin ser ellas, mas irrumpen
desde su fondo de cristal, instándome
a nuevo diálogo de azul y nubes.
Mas, náufrago de alturas,
reconozco mis límites. Me afluyen
situaciones de antaño,
cuyo estremecimiento me consume,
y quisiera calcarlas,
mas no se reconstruye
lo que, desmoronado, es bella ruina.
Se la contempla en su esplendor ilustre
de columnas truncadas,
de frisos mutilados, de techumbre
reposando a la par de los cimientos,
mas no se restituye
a un nuevo simulacro,
ni a su gloria de ayer, porque es ilustre
ahora en sus nuevos términos,
y no requiere ajuste.
Estos vestigios nuestros del pasado
viven, y constituyen
historia que, aunque en quiebra,
de su belleza clásica se nutre.
Y a ellos acudo en horas soledosas,
y escucho su silencio, que descubre
antiguos episodios,
rasgos semiolvidados, certidumbres
que juzgué haber perdido, y ciertas dudas
nunca tenidas, que ahora me confunden.

Ah, las viejas palabras,
de sabor agridulce.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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