(Artículo de 1918)
Ahora, en estos días de universal agitación en que tantas cosas se renuevan, no estaría mal que pensásemos y debatiésemos serenamente la interesante cuestión de si debe o no debe seguirse teniendo al verso métrico, a la llamada forma poética, como una seria y refinada modalidad o expresión artística.
Por lo que a mí toca, declaro que empecé por ser un gran aficionado a ellos --a los versos-- y que más de una vez caí en la tentación de hacerlos; pero cada día me convenzo más de que, hoy por hoy, son un verdadero anacronismo, un mero juguete impropio de la madurez de pensamiento a que hemos llegado.
Antiguamente, en los tiempos heroicos, místicos y caballerescos, ciertas emociones, ciertos motivos pasionales y de pensamiento eran cosa tan extraña, tan lejana, tan inaccesible a la ruda sensibilidad y a la tosca imaginación del hombre de entonces, todo exterioridad, que era preciso para comunicarlas, para plasmarlas de modo que no pareciesen ridículas, el hacerlas música, el darles la solemne y enfática resonancia del himno, del poema, de la frase retocada y transfigurada por el metro y por la rima. Todo organismo humano de selección, todo hombre que veía más y sentía mejor que el común de sus semejantes, puesto que no podía hablar, de aquello que veía o que sentía, con sus contemporáneos, porque el nivel cultural de estos era demasiado bajo para que lo comprendiesen, cantaba. Cantaba al principio, en los tiempos del rapsoda, acompañándose materialmente de una lira, laúd, u otro instrumento musical semejante. Y por la música, por el hechizo y solemnidad de la música, alegre o plañidera, era que la tosca red nerviosa del oyente llegaba a vibrar. Después, ya no fue necesario el acompañamiento material de un instrumento, pues a la música de éste sucedió la rima, y poco a poco, a medida que se hacía más amplia la visión del hombre, el verso fue emancipándose más de este elemento de la música y acercándose a la palabra hablada. Hoy, por fin, con Whitman, con Verhaeren, con los versolibristas de ambos continentes, vemos que el verso a alcanzado el límite máximo de la emancipación. Se ha emancipado de toda traba, del metro, de la rima, de la ornamentación retórica y del énfasis, y sólo aspira a una musicalidad interior, que radica más bien en la idea, en el motivo, que en la frase. El verso, pues, se ha espiritualizado, ha dejado de impresionar el oído para ir derecho al alma y sacudirla. Pero al llegar a este grado de elevación, al culminar en esta cima de espiritualización, ¿cómo escapar a la idea de que ésto mismo, que parece libertarle y depurarle de toda broza, lo ha conducido fatalmente a la muerte? Si ya no necesita ni de la ornamentación retórica, ni del énfasis declamatorio, ni de la musicalidad exterior que le suministraban el metro y la rima, si se ha purificado tanto que ya no necesita de ningún artificio para cumplir su objeto, ¿qué diferencia esencial es posible encontrar entre el verso y la prosa? Aunque parecía que la prosa estaba abajo, en la zona de lo concreto y de lo pesado, el caso es que, a medida que hemos ido ascendiendo en la evolución poética, nos hemos ido acercando sin saberlo a la prosa y ya hoy no hay fronteras entre ambas formas de arte y ambas constituyen una sola cosa. ¿Qué son al fin y al cabo todas las bellas artes? Medios de expresión, caminos que escoge el espíritu humano para abrirle paso a su ansia de comunicación, a su fiebre de realización.¿Y qué matiz del pensamiento y qué temblor del sentimiento no caben hoy dentro de la prosa? ¿Qué de extraño tiene, pues, que el verso se haya hecho prosa, o más bien, que la prosa haya ido extendiendo su zona de influencia hasta abarcar el verso? ¿Qué de extraño tiene que para el hombre de hoy, cerebral, maduro, evolucionado en su sensibilidad y en su pensamiento hasta Ibsen, hasta Anatole France, hasta Shaw, haya perdido el verso su prestigio de antes, quedando poco a poco reducido a la categoría de mero juguete con que todavía se entretienen los que, no teniendo nada grande, ningún mensaje nuevo que decirle a la humanidad, se consagran a la tarea pueril de limar frases y buscar concordancias y armonías de orquestación para seguir cantando cosas viejas y obvias, como la hermosura de los ojos de la amada, o la obscuridad de la noche, o la atracción de los abismos, o la fatalidad de la muerte, o la melancolía de las despedidas, o de la primera cana de los treinta años? ¿Qué espíritu selecto y grande de hoy, sacudido de ansia de expresión, ansia que no pueden sentir sino los que vienen a pelear, a reformar, a quemar con los rayos de una nueva verdad, apela al verso, al renglón corto y a la frase pulida, rítmica y melódica del verso? Nadie, nadie que represente un paso más en la evolución humana, en la escala de valores psicológicos, nadie que sea artista, y artista no es en realidad sino el creador, o sea el explorador, el que excava el misterio, lo ignoto, la noche del enigma universal para extraer algo no conocido o presentido antes que él; nadie que sea verdadero artista hoy le comunica su secreto al verso, que le obliga a vencer mil dificultades de mera técnica, de mero artificio, y que desvía, cuando no debilita, su fuerza de expresión. El verdadero creador tiene impaciencia, furor de comunicación, de irradiación de su verdad. Y lejos de detenerse a componer y retocar y a adornar su instrumento de expresión que es el lenguaje, sólo quiere limpiarle, desnudarle de toda ornamentación, volverle tan sencillo, tan agudo, tan certero como la punta de un puñal.Todo el que tiene algo que decir no se preocupa en escoger ésta o aquella forma de decir, sino que lo que quiere es escoger el camino más recto, el más corto, el más libre de dificultades para llevar su mensaje, y de ahí viene que, no sólo se ha desechado el verso, sino que también la prosa arquitectural de antes se ha aligerado, se ha desceñido sus vestiduras galanas y cada día se hace más sencilla, esto es, más intensa, más rápida y directa la comunicación espiritual entre el creador y el oyente.
¿Que hay hombres notables que todavía hablan en verso? Sí; lo mismo que hay todavía, aquí y allá, hombres románticos que se baten a la usanza caballeresca, lo cual no prueba que estemos todavía en la edad caballeresca. Quedan, sí, y quedarán por mucho tiempo hombres que canten sus ideas y emociones, pero es lo cierto que la edad del poeta en verso métrico está pasando ya. La humanidad está vieja, y los versos de antes le van pareciendo cosa de juguete demasiado insípida, demasiado infantil.
Publicado en el blog nemesiorcanales
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