Nada queda en su balcón
que recuerde a primavera,
la estación de sus quimeras,
solo aquella tierna flor
escondida en su rincón
que brotó del llanto amargo
del poeta en su letargo
por aquella que le amó.
Nada posa en su balcón
ni este sol posa siquiera
su mirada más primera,
la que apenas da calor
por no herir la tierna flor,
pues jamás creció en la tierra
una flor de tal belleza,
una flor de tal color.
Nada queda en su balcón,
nada queda del poeta,
de sus musas consejeras
ni siquiera devoción.
Nada queda en su balcón
desde aquella hiriente fecha,
nada queda sino esperas
y el esbozo de un adiós.
Gustavo González -Valladolid-
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