La paz violada alzó su voz en la hacienda del latifundista; luego los hombres del capitán la visitaron de nuevo, esta vez quebraron la infancia de su hermana menor y ardieron los gritos de su padre en la hoguera de la impotencia. La vida decidió escaparse del cuerpo más infantil. Con 12 años y preñada de abuso, cogió su camino la paz humillada, junto a ella su madre rota, y una abuela naufragada. La luna alumbra la montaña: miles de ojos ven desde la espesura a otra familia campesina arrastrar sus pasos, caminar huellas de terror y súplicas hacia la ciudad.
La paz desplazada se asentó entre cloacas, exiliada de campo y cantares de río, salió a buscar el sustento entre reciclajes de plásticos y allanamientos de su cuerpo.
Mientras tanto se ensancha la propiedad de la multinacional; electrifican algunos predios recién ‘adquiridos’: la llave del sistema de rejas y descargas la gestionarán los mercenarios con voz de caucho. Don Mario, el Patrón paramilitar de la región, es recompensado con varias hectáreas y la impunidad para su caprichos: le gusta ‘desflorar’ -como dice-, a niñas cada vez más jóvenes.
Azalea Robles
Publicado en la revista Movimiento Internacional de Escritoras
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