El rincón en que yacen tus recuerdos,
dentro de mí, no es ya la zona clara
que fuera tiempo atrás; se han enturbiado
las cristaleras diáfanas
que antes eran sonrisa,
negando al sol la entrada.
Las cosas nacen, las gozamos, mueren,
o tal vez, sin morir, se tornan agrias.
Aún percibo en el ático
siluetas sombreadas
de cuanto fuiste o intentamos juntos,
mas han perdido ya su forma exacta,
no son al tacto igual que fueran antes,
ni retienen calor ni olor a almohadas.
A veces subo a verlas,
tan silenciosas ya, ni hablan ni cantan,
e intentan enredarse a mi cintura,
como queriendo recobrar sus almas.
Mas expirada ya su hora de vida,
las mantengo a distancia.
Me desangré por ellas
cuando eran más que sombras, o palabras,
y no reavivaré viejos dolores
con la reencarnación de sus fantasmas.
Quédense allí, en la esquina
de viejos bártulos, arcones, ánforas,
que un día fueron parte de mi historia,
pero no profundicen en mis ansias.
Es triste caminar en cierto modo
con un fardo de muertos a la espalda,
pero la vida muere cada día,
y a cementerios vivos nos degrada.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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