miércoles, 2 de enero de 2013

ENCONTRÉ A MI ABUELA


Encontré a mi abuela en una fotografía de la Castañeda, estaba rapada, en cuclillas, su mirada era triste, sus ropas blancas hablaban de su virginidad adolorida. Dicen que ella escribía historias y leía a los clásicos, por eso estaba ahí. Le gustaba la modernidad, a todos los demás les asustaba, le gustaba ir al cine, al teatro; tenía dinero. Mi abuela era hacendada. Dicen que todo aquel que tuviera entendimiento con la modernidad estaba loco, dicen también que en la Castañeda se comenzó a hacer hidroterapia; a ella eso le gustaba. Mi abuela escribía cartas a sus hermanas, mi madre recuerda algunas. En ella hablaba de los deportes que se practicaban ahí y de los oficios, como la costura. Estuvo un tiempo solamente, pero ahí conoció a mi abuelo; él era un filósofo empedernido, decadente y nihilista.
Antes se creía que los filósofos curaban la locura. Mi abuelo dibujaba paisajes existentes pero no conocidos, en su mirada se veían historias jamás contadas.
A mi abuela le gustaba el agua, las tinas, las regaderas. Tal vez por eso a mí me gustan los lugares viejos, las paredes marchitas, los fierros añejos y los edificios antiguos. Puedo ser sirena o pez si me lo propongo. También me gusta el agua y las tinas viejas. Cada vez que llego a un lugar busco los cuentos escondidos en las paredes y en los balcones, no me quejo del olor a viejo, de las costras en los muros, de los murmullos dentro de los cuartos.
En el Manicomio de San Hipólito había un café, me gustaba ir, encontraba fábulas que me contaba la fuente redonda y monumental que estaba a la entrada, en pleno centro del recinto. Aún había marcas de las camas que yacían en los pasillos. Todo indicaba que un lugar así me esperaba para dentro de unos años.
Me hubiera gustado conocer a mi abuela, que me contara de ese lugar llamado la Castañeda, del que se decían tantas cosas, del hacinamiento, del hambre, de los gritos, del poder mal entendido. Ahora sólo veo fotografías de ella y de sus compañeros, todos rapados, todos con ropa blanca enmugrecida, manchada de años y de golpes. Miradas que dicen más que cualquier tragedia clásica. Arrugas inmersas en la piel, patios sacudidos por el tiempo y edificios llenos de almas perdidas.
Gracias a mi abuelo, que fungía como médico, ella salió, porque en realidad ella no estaba loca, sin embargo, en la familia se dice que ella, realmente enloqueció cuando perdió su hacienda y dejó de ser una mujer rica, se quedó con nada, en la calle, tiempo para el cual mi abuelo ya había muerto. Desde entonces se habla que en la familia está el gen de la locura. Supongo que el gen no, pero sí el miedo a no tener dinero, a terminar en la calle, al menos mi madre enloquece si no tiene un centavo; pero yo, qué puedo decir, mi oficio es el de escribir y por lo tanto vivo en la pobreza y aún no enloquezco. Tengo crisis de ansiedad, pero aún no enloquezco…

JESSICA PIEDRA -México-
Publicado en el blog misspietre



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