sábado, 12 de enero de 2013

DIJO PALABRAS DE ORO


Dijo palabras de oro, sin rodeos,
y de cristal, tan diáfanas que, absorto,
aun siendo simples, quise meditarlas.
Sondeaba mis íntimos trasfondos,
afines a los suyos, con la técnica
de quien ya estuvo allí y sabe el entorno.
Tal vez almas gemelas
bajo análogos cuerpos y propósitos.
Se introdujo en mi piel, y en mi cerebro,
sincronizados ambos, bajo el coro
de rítmicos temblores, contracciones,
e impulsos que alzan arqueado el torso.
La palabra lejana apenas cruza
más allá del adorno;
era la suya, sin disfraz, latido,
tecleo de piano, aliento, sorbo
de los jugos vitales
expelidos a chorro.
Yo la escuchaba,
mas no con los oídos, por los ojos.
No hablaba mucho, pero hablaba exacto,
con precisión de números, a escoplo,
tallando cada frase,
escultora de rasgos incorpóreos.
Pero nunca fui a verla.
Preferí mantener vivo el rescoldo
de lo que hubiera sido mi utopía,
más bien que lamentar el protocolo
de pálido espejismo
de un encuentro real, pero incoloro.
Que es pródiga la vida en rebajarnos
hasta el nivel del polvo,
después de haber alzado nuestro sueño
sobre el vuelo del cóndor.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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