jueves, 20 de diciembre de 2012

LA ESQUINA DE LOS VIENTOS


Por Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar

De cuando en cuando una ráfaga de viento se arremolinaba, en la esquina que daba a ambas calles del frente del solitario edificio de departamentos, haciendo girar nubes de polvo que solían durar poco más que un suspiro. Quizás ocurría tan frecuentemente por la forma del edificio, o tal vez por lo sólo que estaba en medio de un barrio de casas bajas, con la monotonía de sus frentes conservadores, llanos y sencillos; o por la orientación de sus calles, o vaya a saberse bien por qué…
Los remolinos, aunque fugaces, a veces molestaban por el polvo y la suciedad que levantaban, a veces despeinaban o jugaban picarescamente con alguna pollera desprevenida; que hacía recordar aquellos versos del cancionero criollo : …”con su pollerita al viento, que linda va…” Parecía que el viento fuera en verdad un duende travieso, que lo hacía para divertirse, en el momento menos esperado, molestando sagazmente a sus dueñas, y su silenciosa carcajada burlona se perdería seguramente, en las susurrantes volteretas de hojas y papeles, que tras un súbito giro tornaban a posarse ligeros, tras su breve y revoltoso devaneo.
Veloces e inconscientes, quienes eran atrapadas por el juguetón diablillo, malvado y etéreo, invariablemente se apresuraban a sujetar los volátiles pliegos, bajándolos veloces con sus manos, y doblando ligeramente ambas rodillas, en una lucha graciosa y sutil, por recomponer su donaire, y tratar de seguir como si nada hubiera afectado su gallardía femenina.
Juliana, que pasaba por la vereda de la esquina de los vientos, se vio súbitamente envuelta en uno de esos inesperados revuelos, y no fue lo suficientemente rápida en sus reflejos, o su amplia y primaveral pollera era tal vez demasiado liviana e inestable; y antes que pudiera reaccionar, se había levantado tanto que le cubrió la cara con el ruedo, y le pareció que transcurría una eternidad entre suspiros y manotones, para conseguir que bajara flotando alegremente…
Paralizada, miró instintivamente a su alrededor, con sus ojazos verdes muy abiertos, y sus brazos bajos ahora sí, sujetando su díscola pollera, con la secreta esperanza de que nadie lo hubiera reparado, o que nadie estuviera mirándola.
Todo su campo visual permanecía inmutable. La gente entraba y salía del banco en la planta baja, toda vidriada, sin signos de cambio alguno, como si nadie absolutamente, lo hubiera advertido en lo más mínimo.
Se relajó como un resorte soltado de repente, con marcado alivio, exhalando un suspiro tan profundo, que casi podría haber competido con la ráfaga de viento que terminaba de envolverla. Tan sensible era que se sintió culpable sin saber de qué, como si por un instante se hubiera enredado en un grave delito.
Todo había durando un instante, y pasado antes de darse cuenta; pero se le ocurrió la sensación, de que habría podido ser algo así como un bochorno, un papelón, si alguien cercano la hubiera visto, tan expuesta, en desmedro de su grácil y casi arrogante caminar de gacela, tan prolija y elegantemente bella y delicada.
Un leve temblor en sus labios pretendía delatarla…
Al final, el rubor le agregó hermosura…

Publicado en la revista Inventiva Social



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