El pan negro que a los perros dieron,
el pan substancial que los ángeles
bendicen y condenan,
el pan de maíz redondo y blanco de los campesinos,
el pan del pastor de Ítaca que Ulises probó a su regreso,
el pan de las aves en su jaula
y de las palomas en los parques,
el pan de los mendigos en la iglesia
y el de los creyentes en el altar,
el pan de los padres que fundan familias,
el pan de las madres que engendran civilizaciones,
el pan del perro caliente y la hamburguesa
en los puestos ambulantes de las avenidas.
El pan de munición que a los militares dieron,
el pan de sol que Octavio Paz
probó en la piedra de los Aztecas,
el pan de las casas que se alimentan de cosas
y sólo las digiere el olvido,
el pan del Buda que sólo
en el olvido de sí mismo y no de los demás se alcanza,
el pan de amistad que llevamos a la casa de un desconocido,
el pan que Spinoza puso en su dios para que abarcara
el universo bajo su lente de aumento,
el pan que no enumero
y que el hambriento lector demanda,
el pan que los chinos alargaron tanto como su historia
y que abarcó toda la descendencia de un veneciano.
El pan que al pueblo agobia
y por el que es convencido y rebajado,
el pan húmedo de los ancianos,
el pan con café en una tarde solitaria y pueblerina,
el pan que es sangre, sudor y aliento,
el pan narrado de las mil noches y una noche,
el pan diario que los periodistas pervierten,
el pan enlodado de los cerdos,
el pan quemado sin intención
en los versos de César Vallejo,
el pan y el agua que pide el moribundo,
el pan mordido por un muerto
y que alimenta a un perro callejero.
El pan con queso en forma de cuerno, de aureola,
vertical y horizontal, el pan pitagórico.
El pan con queso rallado y que sabe a sal del vientre,
el pan seco del pobre que se traga como piedra,
el pan de música que no se mastica con la razón
y es perenne en la memoria,
el pan raíz del indígena que se come a su madre
y a sus muertos por respeto,
el pan y vino que para Hölderlin fueron
supremas alegrías aún no saboreadas,
el pan pan y el vino vino que dieron a los honestos
y que se reparte con justicia,
el pan que perdimos, el perro que se lo llevó,
el pan duro que llega a una boca hambrienta
y todas las penas calma,
el pan heroico de mis padres y de Job,
ese alimento antiguo, la oración.
El pan que Jean Valjean robó y lo convirtió,
sin remordimiento, en Caín y luego en Cristo,
el pan y los peces que un carpintero una vez multiplicó
bajo el conjuro de esa canasta milagrosa que es el lenguaje,
el pan de los panaderos, esos alquimistas
cuyas manos son la panacea,
el pan que a los amantes pobres
alimenta en su embriaguez,
el pan arte del que todos toman y tan pocos se alimentan,
el pan rancio de las despensas que se fríe
y toma un sabor a licor añejo,
el pan de los poetas que viven sólo de las sobras de la belleza,
sólo de los atisbos de una realidad indigerible,
el pan cuya palabra invoca
las divinidades del griego y del chino
que son bienhechoras de este libro,
el pan que este verso devora
y cuya lectura esta migaja multiplica.
LC Bermeo Gamboa -Yumbo-
Publicado en la revista Arquitrave 53
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