Hoy no alcanzo a escribir. Estoy en blanco.
No escucho mis latidos, ni los tuyos.
Sólo el tictac monótono
del reloj de pared, mas su discurso
no me habla de calor, piel o balcones,
sólo se expresa en números.
Y el número es estático, impasible,
es la lógica, huérfana de impulsos.
Yo no puedo ser lago,
de calmoso cristal. Requiero el flujo
de las mareas, el torrente, el viento,
la acción inaplazable; no el escudo,
sino la jabalina,
no el sosiego, el disturbio,
y más que el vertical contemplativo,
el ángulo afanoso de los muslos.
Sin embargo, esta tarde desalada
que va desembocando en el crepúsculo,
no se agitan las hojas en los árboles,
no se retuerce el humo
sobre las chimeneas del poblado,
y el silencio camina, vagabundo,
por calles y plazuelas,
fastidiosa quietud en claroscuro.
Se me ha borrado el alma,
y el lecho tiene abrazos de sepulcro.
Nadie ha llamado. No se fraguan citas
en vacíos confusos.
Voy a dormir. Sin sueños. Sin trasfondos
de promesas, de ofertas, de susurros.
Tal vez llames mañana,
tal vez a la alborada aún ruede el mundo.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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