Apenas te conozco y casi te amo,
y, al verte un día, se alzará en clamores
la blanda orografía de mi cuerpo,
que hoy sólo te presiente bajo un nombre.
Te percibo en destellos, en aromas,
en la ráfaga de aire, en el redoble
de las gotas de lluvia en los cristales,
mas tal vez no eres tú, sino las voces
de la esperanza, de la expectativa,
nada más que visiones.
No quiero que el ensueño
te modele a mi gusto, que convoque
ficticios paradigmas de belleza
que no te corresponden.
Detesto hacer preguntas,
mas no que me las hagan. Cada noche
me duermo preguntándome a mí mismo
quién eres, en verdad, y cómo, y donde
te ha dejado la vida
cuando se te apagaron sus faroles.
Porque presiento oscuridad, o niebla,
en tus más inmediatos horizontes.
De eso debes hablarme,
más que de tu blasón, de tus desplomes.
Se aprende mucho más de los fracasos,
que de las perfecciones.
Ah, cuando me descubras
la red de tus archivos interiores.
Ah, cuando mis sentidos
como tropel de pájaros te acosen.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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