Cada día él arranca una mala hierba que nace al lado del rosal. Dentro de los ocres y grises del barrio es el único de rosas amarillas. Rosas que, de lejos, parecen soles vulnerables de tan pequeños y tersos. Una mañana él contempla la tenacidad de la mala hierba en resurgir y decide dejarla crecer. Años más tarde regresa, no existe el rosal, en su lugar un inmenso edificio, ventanas os-curas, y gente, mucha gente que entra y sale de él con rosas amarillas en sus manos.
Escrito en el Café Comercial / Glorieta de Bilbao, Madrid
Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España) y
Maite Aranda Jaquotot (España)
Publicado en la revista ¿Escribimos? 12
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