lunes, 22 de octubre de 2012

EL DESIERTO SE APODERÓ DE TODO


Tuve tiempo color miel
derrochado en los bolsillos.
Los dedos embriagados estampaban en ellos
sus huellas dactilares
cual kamikazes sin casco.

Como sacos rotos,
mudaba de piel
mutando la luz de los demás
porque habían llorado.

Me detuve ante un espejo como un francotirador y el desierto se apoderó de todo.

El desierto se apoderó de todo.

Desde entonces llevo los ojos ahítos
de yugulares sedientas.

GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-

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