sábado, 20 de octubre de 2012

CRIMEN PREDESTINADO


Los transeúntes se aglomeraron en torno al cuerpo sin vida, que manchaba de amaranto el áspero pavimento. Los ojos de los curiosos alcanzaron la maraña de edificios que oscurecían el cielo, intentando descifrar desde donde había caído la víctima, un hombre caucásico, cercano a los treinta, vestido de manera extraña.
-Cayó de la nada –indicó un anónimo testigo.
-Apareció de repente –aclaró una elegante mujer mientras cubría la vista a su coqueta perrita caniche.
¿Asesinato o suicidio? La policía realiza exhaustivas pesquisas revisando, piso por piso, los rascacielos
circundantes y estudiando los reportes de personas desaparecidas. Las huellas dactilares del occiso no arrojan resultados compatibles con los archivos policiales ni los consultados en el FBI y la INTERPOL. Nadie sabe nada. El rostro desfigurado del occiso, tampoco ayuda.
Daniel Benton fue designado para esclarecer el caso. Decidido, el oficial comenzó de cero: ordenó exhaustivos exámenes de sangre y nuevas muestras dactilares. Se revisó la ropa de la víctima, sometiéndola a diversas pruebas. Una vez más, no hubieron resultados, sólo la más absoluta de las
incertidumbres.
Pasaron los años y el caso, poco a poco, fue relegado al olvido, salvo para Benton que, luego del cierre oficial, prosiguió las indagatorias en sus ratos libres, aún después de jubilarse: el caso se tornó una obsesión para él y murió sin resolverlo…
Un siglo después, desde la loza de una torre de cristal, que alcanzaba las nubes, un cuerpo cae al vacío. En la superficie terrestre, en ese submundo contaminado, nadie encontraría los restos. Las cámaras de seguridad, desparramadas por toda la megalópolis, captaron el hecho. Sin embargo, el perpetrador quedó libre al no existir interfecto. Las cintas de Alta Definición revelan que el cuerpo se disipó, sin
más, en el aire. ¿La víctima? Un policía. Un tal Daniel Benton.

Jaime Magnan Alabarce (Chile)
Publicado en la revista digital Minatura 121

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