domingo, 7 de octubre de 2012

AZUL SIN LÍMITES


En ocasiones, el público es admitido en pequeñas
cantidades a una exposición de lo contrario cerrada. Ellos
ingresan silenciosamente y se agrupan en el centro,
controlando los pequeños movimientos para evitar a los otros,
cuadrando los hombros bajo sus abrigos, enrollando
la tela de los paraguas con firmeza y aliviando
los puntos con cuidado a lo largo de la pierna en el suelo.

Las puertas son cerradas, las luces apagadas, y a
una señal el techo se retrae para revelar una
visión del cielo como ninguna que hayan visto antes.
La habitación se inunda de un azul sin límites.

Esto excita en ellos una rapsodia, una cascada de
sensaciones. Apenas pueden controlar sus
manos. Ninguno usa la palabra del otro para
describirlo. Su éxtasis único ilumina
en ellos las ricas procesiones del equinoccio.

Luego, cuando el cielo se está cerrando, ellos escuchan desde fuera,
desde la distancia imaginable, desde enrejados
de nieve costrosa: una hoja de grietas bajo los pies,
que no se puede distinguir de un balazo. El sonido salta
y rebota vertiginosamente, de pared a pared. Nadie
tiene la menor idea sobre cómo expresar lo que ha sucedido.

Kathryn Rantala 
Publicado en la revista Realidades y Ficciones 7

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