El microondas reluce recién comprado,
la cafetera rebosa del azabache del café
recién horneado,
las tazas de porcelana terrosa se eternizan,
plantadas como en orden de combate.
Echo de menos el tintineo de las cucharillas
escurridas y enjuagadas en el lavaplatos.
A un lado,
el recipiente de terrones de azúcar marrón,
más allá,
la mermelada de fresa, un kiwi,
el pan integral.
La tostadora,
un tanto ajada pero servicial y rauda,
impone las llagas de su edad provecta y su sabiduría,
para infectar la mañana del olor del pan dulce.
Un jilguero a degüello,
imprime al fin del amanecer,
el ritmo ideal,
como si con su ayuda
el sol se desincrustara del horizonte.
La mesa redonda de la cuadrada cocina,
cojea un poco,
habrá que apretarle los tornillos,
a un par de patas,
cualquier tarde de estas.
Pita el microondas con su café recalentado
y echa a andar la mañana,
todo está en orden.
Todo en orden,
pero a veces imagino que algo no marcha.
Miro el desorden de las botellas de agua
mezcladas con vasos de plástico
y alguna coca cola abierta,
casi acabada,
sin gas,
disipada.
La ventana necesita un repaso de pintura blanca,
no limpié con abrillantador el horno,
tan solo le pasé un trapo amarillo por encima,
anoche.
Las abatidas peras,
las manzanas abolladas,
el blancuzco plátano,
las frutas de plástico
se mueven con el ritmo de los tiempos.
El frigorífico majestuoso,
interrumpe su recorrido en la mitad de la cocina
como un lujo de futuro.
El suelo de color arcén,
desgastado de pasos perdidos que persiguen el salón,
conforman el cuadro.
Todo en orden,
pero algo no va bien.
Pienso.
Será que me desperezo
y escucho los chirridos del engranaje del mundo
que se retuercen entre las garras del tiempo.
Será.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
DE FACEBOOK - 6744 - VELOCIDAD LECTORA
Hace 58 minutos
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