Sigue lloviendo. El viento
zarandea la encina gigantesca
frente a mi casa; el patio
se cubre de bellotas, y de huellas
diminutas, verdosas, que el cemento
absorbe y adjudica permanencia.
La luz se duerme, turbia,
en la calle desierta,
y el humo intenta erguirse
en fuga azul de cada chimenea.
Es un día de invierno,
es una tarde de esas
invitadoras a encerrarse en casa,
tenderse junto al fuego, abrir las puertas
de la imaginación y los sentidos,
un café y un coñac, y una colmena
de travesuras en febril zumbido,
elaborando miel entre las piernas.
No has pasado de largo, te has quedado
en transparente oferta.
Danzan las llamas sobre el tronco ardiente,
cuya vivaz crepitación no es queja,
mas ruego en balbuceo
hacia una nueva pira, toda nuestra,
sin preguntas, ni fines, ni proyectos,
sin calendario ni reloj. Me quema
tanta urgencia de ti, tantos violines
sobre tu piel, tensándose las cuerdas,
y en mi piel atabales africanos
despertando leopardos y panteras.
La desnudez es libertad; libremos
carne y espíritu de tal manera
que ambos fluyan, fluyamos como ríos,
brisa que abraza, claridad que anega.
Eres red y me envuelves, y me atrapas,
soy altar y soy víctima en ofrenda.
Apaguemos el tiempo, llueva el tacto
sobre nosotros como llueve fuera.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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Hace 1 hora
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