A veces ves la vida color de rosas. Otras, marrón, gris, negra, verde, violeta, rojo pasión. O del color de la vendimia, de la nostalgia, de la botella medio llena o medio vacía. O por ejemplo, del color de un punto rojo que ocupa el horizonte al anochecer. O del negro de los ojos tristes o del beso de un príncipe azul. Y todo es por culpa del río de los días que nos acuna. Te parece entonces, cuando se arquean los momentos y se momifica la risa, que hasta tuerces un ojo en las fotos. Y es porque tal vez en cualquiera de ellas, no rozas la perfección que necesitas. Y crees entonces, que el marrón es gris como el cemento viejo o que el azabache huele como la pez, o que el alquitrán requemado es el escondrijo de los mediocres. Y no sabes distinguir, pues, el marrón apagado del color de la granadina con menta, o el brillo de una mirada con el sabor de una bebida helada. Pero no todo es ansia de vida. Ni la avidez de instantes. No todo.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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