Arrastro un hilo inmensamente largo
que no logró quebrarse con el tiempo,
pese a desafiantes tiranteces.
Compacto nudo atrapa mi recuerdo,
como grillete de oro,
conectado a mi afecto.
Si las adversidades me inducían
una vez y otra vez a deshacerlo,
intacto lo mantuve,
e intacto lo mantengo.
No se renuncia a los valores vivos,
ni se arrojan las perlas a los cerdos.
Mi nudo permanece, aunque haya sido
desvinculado el nudo al otro extremo.
Podría desatarlo,
o cortarlo de un tajo, si mis dedos
(nudo gordiano a estilo de Alejandro)
no acertaran a hacerlo.
Mas perdería irremediablemente
lo mejor de mi vida, cada gesto
que en ella percibí, cada vivencia,
cada imagen, o júbilo, o concepto,
que aún pueblan los parajes más recónditos
desde la mente al corazón y al sexo.
Si ella deshizo el suyo, se hizo causa
de su empobrecimiento.
La renuncia a un pasado, breve o largo
pone de manifiesto
más carencias y más limitaciones
que el revés provocado, aunque sangriento.
Pierde más quien se aleja, lo ha perdido
con anterioridad, es el entierro
del alma que amó un día,
y que por fin se ha muerto.
Quien es abandonado sobrevive,
ciertamente en dolor y en desespero,
porque le grita el alma
con más clamor que en otro día el cuerpo.
Quien se va plantará nuevos rosales,
desprendido del hilo de otro tiempo,
y olvidará, que es pérdida,
y cargará a la espalda un mausoleo.
Yo seguiré arrastrando este hilo aciago,
cometa arrebatada por el viento,
sin saber dónde va, pero consciente
de cuanto fue, dentro de mí, muy dentro.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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Hace 12 horas
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