jueves, 12 de abril de 2012

RODRIGO, MI PAY DE LIMÓN Y YO


--Rodrigo, ¿cómo estás? Te espero a las ocho con un pay de limón, ¿puedes? –Dijo Lucía con voz sensual, con la esperanza de verlo de nuevo después de que él tenía una semana de no haber hecho nada por llamarla.
--Si es sólo para el pay, cuenta conmigo; no dispongo de tiempo para quedarme a cenar. Más tarde debo ir a una junta de negocios.
De un tiempo a esta parte, siempre tenía una excusa para no quedarse a pasar la noche; pero Lucía no estaba dispuesta a terminar una relación de más de tres años sin haberle dado motivo alguno. Esta vez lo haría recapacitar. Iba a prepararle su postre favorito: pay de limón. Pensó en comprar flores, poner la música que a él le gustaba y crear un ambiente incitante al amor.
A él le gustaba que el pay estuviera recién preparado pero a la vez muy frío. Salió a comprar los ingredientes frescos. No pensó hacerlo aprisa sino con calma para que le quedara como nunca. Tampoco iba a usar la base comercial que se vende en todos los supermercados, la haría con galletas de vainilla de una marca muy fina y las mezclaría con unas pocas de chocolate. Decidida a usar huevos frescos, no le importó atravesar casi toda la ciudad con tal de llegar hasta una pequeña tienda de productos de granja. Ahí los huevos eran muy caros pero las claras resultaban esponjosas y las yemas de un hermoso color dorado. También compró la mantequilla y los limones grandes y jugosos, con semillas, no los de injerto.
Vio que se estaba haciendo tarde, así que en cuanto llegó decidió que no iba a comer para empezar enseguida. Trituradas las galletas, las mezcló con la mantequilla que había suavizado; cuando estuvo lista la base puso a licuar el jugo de limón, la leche condensada, la crema y el licor. Batió las claras a punto de turrón sin olvidar que a Rodrigo le gustaba más el merengue cuando le ponía una cucharada de agua helada en vez de vainilla.
Mmmhh, de inmediato la cocina se engalanó de fiesta con el aroma que salía del horno. Mientras lavaba los utensilios, estuvo pendiente del merengue para que no se dorara demasiado. Puso el pay un rato fuera del horno, el que aprovechó para arreglar el departamento. Fue a sacar las velas nuevas y el mantel veneciano; pasó la aspiradora y luego se puso a seleccionar los discos. Escogió las copas azul celeste con orilla de oro, de estilo árabe. Arregló las flores en los búcaros, con agua y unas gotas del perfume que él le había regalado el año pasado. Todo estaba espléndido. Metió las copas en el refrigerador y el pay al congelador para que se formaran gotitas de miel encima. Sin duda era su mejor receta; incluso sus amigas cuando la invitaban a una fiesta le pedían que llevara un pay aunque hubiese pastel. Poco a poco la había ido perfeccionando.
En cuanto llegó Rodrigo, más tarde que nunca, sacó el pay y lo puso en la mesita, con dos sillas, justo donde se abrían las hojas de la cortina y podía verse el jardín iluminado. Colocó los platitos y cucharas dorados y sirvió las copas. Los discos de música romántica ya tenían un buen rato de estar tocando. Para no aburrirse en esa larga espera, Lucía estuvo dando los últimos toques a la decoración cambiando los cojines de lugar.
--Creo que se me hizo un poco tarde, pero no quise perderme una rebanada de tu pay de limón. ¡Se ve estupendo! –Fue lo único que dijo al entrar, sin mirarla a la cara ni mencionar su nombre. Dirigió su mirada a la mesita donde siempre saboreaban el postre y allá se dirigió. Ella tenía cortadas las rebanadas así que enseguida le sirvió la primera que bien sabía que no iba a ser la única. Lo vio comer, esperando que se diera cuenta de las flores, la música y de todo cuanto hizo para agradarle.
Apenas había comido los primeros bocados cuando sonó su celular. Lo notó turbado al ver quien lo llamaba. Se hizo la disimulada cuando él le dijo que tomaría la llamada en la cocina. Lucía fue a acomodar el saco que Rodrigo había dejado, al descuido, sobre una silla. Un sobre rojo asomaba por una de las bolsas interiores. Lo abrió con rapidez. Era una tarjeta con un dibujo muy sugestivo, tanto como lo que estaba escrito: Ro, te estoy esperando… trae mucha, mucha champaña, y como firma unos labios estampados en un rojo escandaloso.
Conteniendo la rabia, regresó a sentarse. De la cocina llegaba su risa insinuante, aquella que ella bien conocía cuando le hablaba de amor…
--Era de la oficina, me están esperando con urgencia –dijo, cuando regresó a la sala. Aún tenía las mejillas ruborizadas y los ojos chispeantes de excitación. Se sentó, y con prisa pidió otra rebanada.
--Has superado el grado de perfección al que me tienes acostumbrado, Lucía, te quedó mejor que nunca.
--¿Si? ¿Te parece? ¡Pues llévatelo a la “oficina”! –Le dijo con voz melosa mientras le daba el saco, abría la puerta y lo mandaba al diablo.
Cuando cerró fue a tirar el frasquito vacío de un poderoso laxante. Su sonrisa tenía un brillo especial.

Escritora y poeta Ruth Pérez Aguirre(México)
Publicado por la Revista La Urraca 29

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