sábado, 7 de abril de 2012

LA LUNA EN LA CANCIÓN MEXICANA

Por Juan Cervera Sanchís -México-

La más célebre de las lunas de nuestro cancionero
es, indudablemente, la de octubre, de José Antonio
Michel:
“De las lunas la de octubre es la más hermosa” y
que fuera fruto de su veneración por Eva, el amor
platónico que José Antonio mantuviera vivo en su
corazón hasta que éste dejó de latir. Eva, por cierto,
fue hermana del escritor Juan Rulfo.
La presencia de la luna, inspiradora de tantos y tantos
sueños y anhelos de amor, ha sido y es una constante
en la mayoría de nuestros poetas y compositores.
Podríamos hablar de las lunas tímidas y equívocas de
Juan Gabriel; de las invisibles y enamoradas lunas que,
sin verse, se ven en las nocturnales canciones de Roberto
Cantoral. Igualmente podríamos recrearnos en la
contemplación de las lunas sonámbulas y ebrias de
amaneceres celestes, que se asoman en las letras del
poeta Mario Molina Montes.
Lunas y más lunas. Recordemos las de Agustín Lara.
Por ejemplo, aquella de noche de ronda, “que se quiebra
sobre la tiniebla de mi soledad.” O aquella otra de
María Bonita: “que se hizo un poquito desentendida.”
Tratándose de Lara no podemos olvidar su luna de plata
veracruzana y menos la de Janitzio brillando sobre el
lago de cristal y, por supuesto, la clara luna que se
enredaba con hilos de argentería en los mirajes de su
destierro.
Lunas estremecidamente románticas las de Agustín
Lara, pero, ¿qué luna no es romántica?
¿Se acuerdan de las lunas de José Alfredo Jiménez?
“Una que brilla en la noche, mientras canto”, susurra
José Alfredo al pie de la montaña y, otra luna, que
siendo la misma siempre, es siempre otra, lo baña
con la suavidad de sus rayos al tiempo que amanece,
el cantor, entre los brazos de la mujer amada.
Canta y canta José Alfredo a la luna seducido bajo el
cielo de Chihuahua en guitarras de media noche y
en su serenata huasteca. Ejerce la luna sobre él un
intenso poderío hipnótico que lo lleva a elevar su
canto en luna súplica:
“Deja que salga la luna,/ deja que se meta el sol...”
Y es que la luna, para José Alfredo, es un sentido
y vivo sinónimo de mujer y de amor.
La luna, pues, para nuestros compositores y en nuestro
inconmensurable cancionero, es una egregia protagonista.
Álvaro Carrillo llegará a suplicar “luz de luna” para sus
noches tristes.
Armando Manzanero no dudará en confesar: “Contigo
aprendí a ver la luz del otro lado de la luna.”
Todo verdadero y gran amor contiene en sí enigmas
de luna.
Chucho Navarro nos hará cantar, enternecidos de amor,
con Los Panchos:
“Como un rayito de luna/ entre la selva dormida/ así la
luz de tus ojos/ ha iluminado mi vida.”
Amor de luna y lunas y más y más lunas, alumbrando
las noches de los enamorados, en nuestro plenilunar
cancionero y, jugando y soñando realidades y fantasías.
Lunas de rondallas, como la de Alfonso Esparza Oteo:
“En esta noche clara/ de inquietos luceros,/ lo que yo más
quiero/ te vengo a decir; /mirando que la luna/ extiende
en el cielo/ su pálido velo/ de plata y zafir”.
La luna de débiles fulgores de Tata Nacho. La traviesa
luna de Luis Demetrio tan encariñada con los celosos
y golosos gatos y, a la vez, un poco cómica.
La luna arrabalera de Chava Flores. Sí, aquella como una
pelota que alumbraba el callejón.
Multiplicidad de lunas, ¡ay!, enriqueciendo la mágica
noche de nuestro infinitísimo cancionero, quizás, y
sin quizás, uno de los más extraordinarios del mundo.
Resultaría interminable inventariar tantas y tantas
inverosímiles y variadísimas lunas llenas, menguantes
y crecientes, como aparecen y dan luz al cancionero
único de México.
Daría, de hecho y por derecho, para un prodigioso y
poético libro, pero aquí y ahora se nos achica el espacio
y nos corretea a toda prisa el infalible tiempo. Ello,
empero, no quisiéramos dejarnos durmiendo en las
yemas de los dedos y en la piel del olvido la luna “que
cuelga allá lejos”, del huapango torero de Tomás
Méndez y, así, aquella otra luna de los cuernitos,
coqueteando con el sol, de Agustín Ramírez.
Tampoco se nos olvida la luna de Chapala, entre redes y
encajes, que cantara Pepe Guisar.
Ni la de Mazatlán deificada por Gabriel Ruíz.
Lunas que no cesan de iluminarnos, ya sea en las
canciones de Cuco Sánchez, del oxaqueño Chuy Rasgado,
los hermanos Cantoral, la luna aquella llorando rayo a
rayo en el crucifijo de piedra; la de Juan S. Garrido en
Xalapa, aromada de jazmineros en flor, o la de Lorenzo
Barcelata y Ernesto Cortázar, con la que ponemos fin,
cantando, a este devaneo lunar por nuestro embrujador
cancionero:

“La luna se ve de noche,/ el sol al amanecer/ y hay
quienes por ver la luna/ otra cosita no quieren ver.”

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