El peludo ser bramó un atronador rugido. Sus dedos, armados con descomunales y afiladas uñas, se dispusieron para ensartar a la víctima. Y, efectivamente, unos segundos después el licántropo se lanzó contra el otro. Este, a su vez, sacó de un bolsillo una jeringuilla, que pudo clavar en el cuello del monstruo, el cual se desmayó.
Días después, el endocrino visitó al enfermo, ya más calmado, y con mucho menos vello en el cuerpo, mientras una manicura le recortaba las uñas. La evolución estaba siendo buena. Desde que se supo que, en realidad, sufrían una variante rara de hirsutismo, que además ocasionaba alteraciones en el apetito y en la conducta, vencer a un hombre-lobo con anti-andrógenos era una terapia eficaz y rutinaria.
Ricardo Manzanaro(España)
Publicado en la revista digital Minatura 117
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Hace 9 horas
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