Me adentré en tus crepúsculos vacíos,
perdiéndome en estepas desoladas.
Ni colores, ni cantos, ni algaradas,
sólo orfandad, cautela, escalofríos.
¿Qué tormenta arrasó tus labrantíos,
trabajados en ásperas jornadas,
o qué corsario deshojó a estocadas
los crisantemos que juzgara míos?
Tu campo era mi campo, su hermosura
era la recompensa a la aventura
de tu resolución y mis empeños.
Ya nada queda en tu heredad abierta,
sólo un alma vacía, si no muerta,
que apenas reconozco entre mis sueños.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-
Anteojeras
Hace 5 horas
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