sábado, 22 de octubre de 2011

ARTÍCULO

DISQUISICIÓN SOBRE EL TIEMPO

Por Juan Cervera Sanchís

El tiempo es mucho más que una sucesión de instantes
interminables o las condiciones atmosféricas en un lugar
y en un momento determinado. Es más, por supuesto, que
la duración de las cosas sujetas a mudanza. Es más que
nuestra edad y nuestra época, por más que divaguemos
con frases como “aquellos tiempos” o “en mis tiempos”.
Lo cierto, en el supuesto de que lo cierto exista, es que
el tiempo, no en todos los tiempos, ha sido el mismo para
los seres humanos. La percepción del tiempo, al parecer,
en cada ser humano, en su particularidad, es en sí algo
intransferible.
Ignoramos si los otros seres vivos tienen conciencia del
tiempo y su transcurrir ineludible. Ignoramos, en verdad,
la realidad, si es que es real, del tiempo. Incluso, si hemos
de ser sinceros, no estamos seguros de si existe o no existe
eso que denominamos tiempo.
El tiempo podría ser tan ilusorio como el espacio y nosotros
mismos, pues siendo no es, dado que jamás está fijo.
Suponemos saber que nadie puede detener el tiempo ya
que ni el mismo tiempo está en disposición de poder
detenerse. Tampoco es posible viajar al tiempo pasado y
es del todo imposible habitar en el tiempo futuro. El
presente, a su vez, jamás es, propiamente hablando,
realmente nuestro, como tiempo que pudiéramos guardar
en un vaso, como hacemos con el agua o cualquier otro
líquido.
El tiempo está y no está aquí, dado que constantemente
transcurre sujeto, toda una paradoja, a su propia huída.
El segundo antecede y precede al segundo. Reflexionar
sobre el tiempo nos suele conducir a toda clase de
insólitos y a la total inestabilidad. Lo estable del tiempo
es que nunca es estable.
Todo los grandes filósofos se han preocupado por despejar
su indespejable ecuación. Ninguno lo ha logrado. Las teorías
y las explicaciones en relación con la incógnita del tiempo
abundan.
Entre los modernos tenemos el libro de Stephen W. Hawking:
“Historia del Tiempo”, que en puridad a la verdad no aclara
nada. El tiempo sigue siendo el tiempo, es decir: lo inexplicable
y siempre más allá de la física y la poética.
Seamos humildes y reconozcamos nuestras limitaciones, por
más que lo cacareemos “nada hay científicamente demostrado”.
En todo lo demostrado hay mucho más por demostrar de lo
que nos parece.
Desde que el hombre es hombre, sus fantasías sobre el tiempo
se han sucedido. Ya Huxley imaginó detener el tiempo en su
“Time must have a stop”. Sabemos, empero, que el tiempo
prosiguió su camino. Desconocemos tras qué meta. Si es que
el tiempo tiene alguna meta. Hay quienes creen que el tiempo
no es más que una invención de la mente humana.
Es sabido que mientras los egipcios le daban una gran importancia
al tiempo, los antiguos griegos vivieron un tanto despreocupados
por el tiempo.
Los científicos actuales se afanan por cubiletear con infinitos.
Se trata de ahondar en los curiosos encantos y desencantos del
tiempos a fuerza de picosegundos. Se hacen toda clase de
cálculos. Se habla del tiempo y la velocidad. Otros bucean
en la psicología del tiempo. Naturalmente que no son pocos
los que están preocupados por el tiempo denominado histórico
y no faltan los absorbidos por el tiempo individual.
¿Quién soy yo como espacio y forma pensante en el tiempo
en tránsito?
Las respuestas son múltiples. Se aspira a examinar la emoción
del tiempo en la conciencia humana.
¿Qué clase de tiempo es la vida? ¿Qué tiempo sin tiempo, en
el caso de que así sea, es la muerte? ¿Qué nos ocurre cuando
el tiempo parece caminar en exceso despacio, sobre todo
cuando el dolor nos acosa? ¿Por qué no solemos percibir el
paso del tiempo cuando la dicha parece ser nuestra y el gozo
adquiere velocidades extraordinarias en la felicidad que
acompaña a la inconsciencia?
Nada más delicioso y ajeno al tiempo que el concepto del
paraíso. Nada más doloroso y concatenado al tiempo que el
peso de la tragedia.
¿Pesa el dolor? ¿Se torna alígera y sin peso alguno la dicha?
Si pudiéramos vivir al margen de la idea del tiempo tal vez
seríamos menos desdichados. Desgraciadamente eso no es
posible. Somos criaturas esclavas de nuestro tiempo. Nadie
posee otro tiempo que el suyo propio y todo el tiempo es
eterna y perpetua actualidad. Nada más actual que el tiempo.
No hay noticias de ayer, las noticias de ayer son historia,
efemérides.
La noticia tiene la inminencia de lo que “acaba de suceder
aquí y ahora”, en la flor del hoy que, tal como nace, de inmediato
comienza a envejecer y, fatalmente, deriva en ayer sin mañana.
El tiempo es el aquí permanente sujeto a la extravagancia de
la finitud infinita de lo efímero eterno. Prodigiosa irracionalidad
que, en vano, trataremos de racionalizar, ya que se escapa
por completo a las herramientas disponibles por nuestra
mente.
Esto nos recuerda lo dicho por Angelo Silesio cuando un
hombre le preguntó por la identidad del tiempo:
-“El tiempo eres tú o tú eres el tiempo”.
A esto, el hombre, le respondió con una interrogante:
-“Entonces, ¿tú qué eres?”
Ambos, según cuentan, se unieron en una estrepitosa
carcajada despreocupándose por el tiempo para luego, sin
más disquisiciones en torno al tiempo, compartir una
botella de vino recordando aquello que dijera Pascal:
“El tiempo de esta vida no es más que un instante,
hagámoslo lo más grato posible”.

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