CAPERUCITA ROJA
Francisco José Segovia Ramos (Granada)
Caperucita Roja se encontró con el lobo a mitad del camino de la casa de su abuela. El lobo estaba recostado contra un árbol del sendero y Caperucita notó que la miraba con cierto descaro mientras él aspiraba una bocanada de un cigarrillo rubio.
¿Dónde vas, muñeca? Caperucita, echando para atrás la capucha que le cubría la cabeza, lo miró desafiante. ¿A ti que te importa, Lobo? No, nada, Caperucita, sólo preguntaba. Lobo sonrió con una sonrisa de seductor a la que la chica no permaneció insensible. Iba a casa de mi abuelita, por si te interesa. ¿No tienes nada más excitante que hacer? Lobo la miró de arriba hasta abajo, con esa mirada que dice todo sin necesidad de utilizar las palabras.
Era primavera, Caperucita y el Lobo eran jóvenes, y… ¡ya se sabe!. La abuela puede esperar, dijo la chica de rojo. Lobo apagó el cigarrillo y cogió su Harley. Arrancó el motor de la moto y golpeó el asiento de atrás. ¡Vamos, chica, la noche nos espera!. Caperucita subió al vehículo y la Harley se perdió en el horizonte, con la chica agarrándose con fuerza -con más fuerza de la necesaria- al cuerpo de un Lobo motorista contento y entusiasmado.
La abuelita, todo hay que decirlo, a la vista de que no venía su nieta, decidió vestirse e irse de jarana a la discoteca. Había quedado con un abuelito de muy buen ver y pensión decente a eso de las nueve de las noche. Ya se sabe, ¡es primavera, y ella era joven!
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Hace 59 minutos
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