sábado, 3 de septiembre de 2011

POEMAS

Los pasos del olvido

Resuenan a mi espalda, intermitentes,
los pasos del olvido.
Son una sombra más, inseparable,
enredada a mis pies. No son aullidos
sacudiendo la tarde silenciosa,
ni ultrajes dichos al pasar, ni gritos.
No resuenan violentos,
mas bien amortiguados, clandestinos;
no de insultos clavándose en el pecho,
sino de golpes en la espalda, al ritmo
de mis propias pisadas, como si alguien
me siguiera de cerca en el camino.
No se amortiguan por las zonas claras,
farolas en la calle, pasadizos
frente a viviendas bien iluminadas,
o al cortar por los ruidos
de los bares abiertos;
ni avivan su rumor por los más íntimos
lugares de la noche,
donde se funden los amantes tímidos.
Llevan el firme tono inexorable
de la misión tenaz, del veredicto.
Nadie los oye, sino yo. Parecen
ir al mismo compás de mis latidos.
Tal vez hay cierta afinidad entre ellos,
aparte de ese traqueteo cíclico.
Los escucho en la noche, y a la aurora,
en pleno día y al ocaso tibio;
me siento perseguido, aprisionado.
Tienen la persistencia del martillo
sobre el yunque del tiempo,
que no consigue bloquear mi oído.
Me siguen sus pisadas,
me castigan sus ruidos.
Cuando canta el amor, llueve armonía
bajo el cielo azulado, cristalino.
Cuando calla el amor, se hace el silencio,
tan alucinador, tan expresivo.
Cuando el amor se esconde o nos deserta,
nos hostigan los pasos del olvido.
Nuevos Orestes somos, que las Furias
persiguen inclementes a un exilio
de sombras de recuerdos,
sufriendo, aunque sin crimen, el castigo.


Sin haberme mirado

Te vi, te contemplé, casi eras mía,
sin haberme mirado.
Hay tantas formas de anudarse, ajenas
a la celebración del primer tacto…
Las alcobas conectan mutuamente
por medio de hilos invisibles, mágicos,
que pocos saben percibir, y llevan
intrigas de unos y otros, arrebatos,
percepciones, conceptos,
ya en primor exquisito o a disparos.
Somos arcángeles de fuego en marcha,
con la ofrenda en las manos,
o la súplica extática en los ojos,
a golpes de relámpagos.
Todos somos iguales,
por las mismas espuelas acuciados,
análogos estímulos,
idénticos obstáculos.

Antes te conocí de conocerte,
como si en mí estuvieras, con el fausto
de la princesa egipcia,
o la serena desnudez del álamo.
Dormí en tu lecho sin que lo advirtieras,
te hice el amor, oh, férvido naufragio,
tú, mi mar, yo hasta el fondo,
mas sin saberlo tú, desvinculados.

Tal vez un día me verás, y al punto
se te encienda una luz, despierte un canto,
surja un temblor radiante en tus entrañas,
y me tiendas la mano.
Me reconocerás, sin conocerme,
porque nos hemos visto, sin mirarnos.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-









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