Consiste en que les des parte de ti para mantener lo que ya es tuyo, a eso lo llaman La Banca. La regla es: paga y calla. El que cumple con ella es un buen ciudadano. El que no, un moroso, al que apuntan con la carga de un estigma, en esas temidas listas de sopas de letras de los desacreditados (ASNEF, CIRBE, RAI) como en el siglo XVII marcaban a hierro y fuego la flor de lis los verdugos de Francia a las prostitutas y ladrones como castigo infamante que los identificaba como indeseables para el resto de su vida. Así que el que tiene crédito es un señor, alguien fiable y el que no, un insolvente, un don nadie, que es como decir, nada. Alguien al que al final le quitan el coche, le abandona la mujer y le embargan la casa.
Sucede como con la libertad. Cuando abdicas de ella, cuando la delegas, cuando le entregas una parte al estado para que te proteja y así mantener la seguridad y la ficción de ser libre, cuando te dicen vota y calla, y les haces caso, entonces la pierdes. No una parte, sino toda. Porque la libertad no se puede trocear, ni es una mercancía que se pueda comercializar (y menos por partes), aunque así se la entienda en esta sociedad, que no es una economía de mercado, sino una sociedad de mercado.
Tampoco quieren que no tengamos nada. ¡Por Dios!... ¡No llegan a tanto!.. Quieren que tengamos algo. Por eso hablan de justicia, de estado de derecho y de democracia cristiana o social. Pero con ello viene el virus que incuba en nosotros el sentimiento del miedo. Porque cuando no tenemos nada, cuando solo tenemos hambre (nuestra propia hambre, en la que todavía mandamos nosotros) y solo nos tenemos a nosotros mismos, podemos resultar peligrosos, y ellos saben que dejamos de serlo cuando teniendo algo, tememos perderlo. Por eso nos quieren en la carrera del trabajo, de la familia, de las obligaciones sociales, de la productividad, de las comisiones, del coche, de la casa, del apartamento en la costa… y de la recompensa del cielo en el cielo y del consumo en la tierra.
El miedo es el sentimiento más fuerte que nos acompaña desde aquellos tiempos en que comenzamos a ser hombres. Un miedo animal, al hambre, a los depredadores a la inseguridad. Un sentimiento más fuerte que el amor, que la bondad, que la solidaridad. Un sentimiento que no nace como aquellos con la sociedad y la cultura, sino que tiene sus raíces en lo más irracional y atávico del hombre. Por eso el poder lo maneja y nos amenaza con él, en el núcleo más profundo de nuestro ser.
Tenemos miedo a la muerte, porque la religión, brazo histórico e ideológico del poder, utilizando nuestros fantasmas ancestrales nos han enseñado a tener miedo a la vida y a la inseguridad del día a día. Con ello nos han arrancado el gozo del vivir, convirtiendo la fiesta maravillosa del hecho de vivir, en una travesía marcada por el miedo al sufrimiento y a lo desconocido. Así perdimos la visión de la realidad que nos decía, que vida y muerte, era y son parte de la misma cosa. Por eso nos ocultan el camino luminoso de la ciencia, que solo está al alcance de una nueva casta de sacerdotes.
Nos mantienen en la ignorancia, enseñándonos a tener que trabajar para tener algo más, para ser alguien en la vida, para hacer dinero, pero nos enseñan más a tener miedo a no tener, al fracaso y al horror de ser un paria. Y así nos doblegan y acabamos como los niños, teniendo miedo al mismo miedo, no solo a los fantasmas de otros sino también a los propios. Por eso tienen razón los que dicen que la vida es un sueño…el sueño del miedo.
Alberto López
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